La transformación en combustible se produce en Portugal, hacia donde ayer partieron seis tráilers con 150 toneladas.
La memoria no falla. Y para mucha gente en España escuchar la palabra colza es retrotraerse a principios de los ochenta, cuando un fraude alimentario basado en comercializar para uso humano aceite industrial acabó arruinando la vida de unas 25.000 personas. Treinta y ocho años después, la colza trata de recuperar su lugar porque, como explica Enrique Martínez Force, vicedirector del Instituto de la Grasa del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), «lo que ocurrió con ese aceite pudo haber ocurrido con cualquier otro, el de girasol o el de oliva».