Casi diez años pasaron hasta que Natalia Escaño López (26 años) volvió a su pueblo después de estudiar Bellas Artes y trabajar en proyectos sociales que la llevaron a Brasil, Marruecos y Bulgaria. Trabajos muy bonitos pero muy masculinizados, lo que terminó por convencerla de buscar un cambio de aires que encontró en el punto de partida, Cortegana (4.735 habitantes, Huelva). Desde allí impulsa un proyecto de recuperación de la lana, Lana Merimorena, que resultó ganador de una de las categorías de la última edición de los premios del Programa TalentA, impulsado por FADEMUR junto a Corteva y la Universidad de Sevilla.
¿En qué momento decidiste volver a tu pueblo?
Me di cuenta de que necesitaba volver a trabajar con mujeres, no sentirme la única. En aquellos proyectos [en Brasil, Marruecos y Bulgaria] había mayoritariamente hombres, una distancia cultural muy grande y sociedades más machistas. Por eso decidí volver, pero de paso. Solo pensaba pasar un tiempo en el pueblo y quería aprovechar para estar con mi familia.
Mis padres son agricultores, ganaderos y tienen casas de turismo rural. Desde muy pequeña he tenido contacto con el campo y me gusta, excepto cuando era adolescente que, como suele pasar a esa edad, levantas tu bandera, te revolucionas y decides hacer cualquier cosa menos lo que hacen tus padres. Pero los valores del mundo rural siempre me han parecido muy especiales. Sembrar una encina sabiendo que probablemente tú no verás el primer fruto que dará dentro de 60 años… A mi modo de ver es algo muy bonito.
El confinamiento me sorprendió en el pueblo. Ahí fue cuando empecé a plantearme aplicar en mi entorno todo lo que había aprendido fuera. Hice entonces un documental sobre las mujeres rurales porque como el sector primario no se paralizó durante la pandemia, yo tampoco. Así, pude retratar la realidad de las mujeres rurales en el entorno rural.
A partir de ahí conocí a Sete y a Bea, con quienes he puesto en marcha Lana Merimorena.
¿Por qué nació Lana Merimorena?
Hicimos las cuentas y vimos que se tiran unos 25.000 kilos de lana, aproximadamente. Se trata de una fibra actualmente considerada un residuo del campo, cuando en realidad es uno de los mejores recursos naturales que tenemos. Los ganaderos y ganaderas no sacan la lana fuera porque les sale más caro hacer el trato que lo que es el precio de la lana.
Antiguamente, el esquilador te pagaba el precio de la lana para llevársela. Después hubo un tiempo en el que el esquilador se llevaba la lana en pago por su servicio. A día de hoy, pagan a los esquiladores y estos no se llevan la lana. Y eso a pesar de que cada vez sabemos más sobre sus magníficas propiedades. Ante este reto nació nuestro proyecto.
Te puedes comprar una camiseta de fibra sintética sin problemas. Pero la fibra sintética tiene una vida útil muy corta, favorece la aparición de bacterias y la generación de microplásticos. Una de lana, sin embargo, es más difícil de encontrar, pero dura mucho más, gracias a la lanolina no desarrolla bacterias con el sudor, elimina la carga electroestática y no genera microplásticos.
¿En qué consiste vuestro proyecto?
Es un proyecto para devolverle a la lana el valor que tiene, especialmente a aquella de Sierra Morena. Por ahora lo que hacemos sobre todo es formación.
Bea nació entre ovillos y madejas, es una tejedora fascinante. Sete es bióloga y empezó a analizar la lana y su grasa, la lanolina, para ver qué usos podría tener ésta. Yo me planteé la parte de salida artística del recurso.
Primero, tuvimos que conocer nosotras el proceso, después comenzamos a formar a la gente en la sierra, a asociaciones de mujeres y de otros tipos, y llegó un momento en el que empezaron a llamarnos de otros lugares para enseñar los procesos de la lana. Enseñamos el lavado, cardado, peinado e hilado de la lana en un proceso muy artesanal, como se hacía antes.
¿Cuáles fueron los primeros pasos para lanzar Lana Merimorena?
Lanzamos el proyecto desde una asociación. Para asociarte, lo primero es encontrar las socias, crear los estatutos, inscribirla y dar de alta una tarjeta bancaria. Si eres de Andalucía, en un CADE (Centro Andaluz de Emprendimiento) te informan de todo.
En verano tenemos más actividad, pero de momento no se mantiene nuestro proyecto, por eso cada una tiene sus cosas aparte. Yo estoy con mis padres. Además de las casas de turismo rural tenemos porcino, caprino y huerta.
Vienes de una familia muy emprendedora. ¿Es una excepción en tu pueblo?
No. Creo que la gente del medio rural es muy emprendedora porque se tienen que buscar las habichuelas con pocos recursos, sobre todo en una zona como la mía, donde hay minifundio.
Mis padres siempre han sido muy emprendedores; apostaron por el ecológico cuando todavía no tenía nombre en sí, se lanzaron al turismo después de que les matasen todos los cerdos con la peste porcina y quedarse sin nada de ingresos… El campo cambia tanto, nunca sabes si te va a venir un año bueno o una sequía como la de este año. Siempre tienes que estar creando, imaginando, inventando…
Te dedicas a muchas cosas y muy diversas. ¿Con cuál te identificas más?
Yo no me pongo etiquetas porque he aprendido que en el medio rural los trabajos nunca son tan específicos como en el medio urbano. Una ganadera también es veterinaria, administrativa, comercial… Yo considero que soy artista porque estudié Bellas Artes, pero también estudio microbiología, cultivo lombrices… Podría decirse que soy artista medioambiental, pero también me identifico mucho con el ámbito social. Creo que el arte tiene una función comunicativa muy especial y necesaria, más cuando hablamos de ciencia. La ciencia es fascinante y sus conclusiones muy importantes, pero no llegan al público. El arte es la herramienta que consigue que la ciencia llegue a todos los espacios.
Cuando hablamos del mundo rural, las barreras son que el ocio y el tiempo de trabajo están muy mezclados. La gente comparte tiempo mientras trabaja, ya sea pelando garbanzo, cardando la lana, cuidando de la huerta… El trabajo y el ocio no se desvinculan, tienen mucha interacción. Por eso, no podemos llevar la cultura al mundo rural igual que al mundo urbano. Yo me he dado cuenta a través de práctica y error. La manera de llegar a la gente del mundo rural es llegando a los espacios donde la gente trabaja y compartir con ellos el periodo de creación que, a mi modo de entender el arte, es la parte más interesante.
¿Habéis tenido ocasión de establecer sinergias con alguna compañera de FADEMUR?
Sí, estamos hablando con una compañera de Extremadura que también se dedica a la lana. Ella nos está indicando en qué partes del camino hay más trabas. Además, estamos leyendo el manual que ha lanzado FADEMUR hace muy poquito. Lo hacemos juntas, así que vamos un poco más lentas [ríe]. Está genial y es muy completo. De momento, lo que más nos está interesando es el uso de los deshechos.
¿Cómo ves tu proyecto y a ti misma dentro de cinco años?
Que el proyecto funcione para nosotras y para los productores y productoras, para que tengan un rendimiento económico. La idea es tener un lavadero, un sitio para cardar la lana y todas las instalaciones de transformación de la lana para darle un valor añadido a la hora de venderla dentro y fuera de España.
¿Qué le dirías a una mujer que está pensando emprender en un pueblo?
Que se apoye en su comunidad porque le va a responder. En los pueblos hay poco relevo generacional y la gente brinda su ayuda a quienes quieren apostar por ellos. Nosotras no te puedes hacer una idea de la de gente que nos ha apoyado en este camino. Nos han regalado lana, nos han hecho usos, han difundido nuestro proyecto… Sin esa gente no habríamos llegado hasta aquí.