La Xunta paga a educadores por cuidar en sus casas hasta cinco niños a la vez en pueblos pequeños de Galicia sin guarderías.
Ézaro es una parroquia coruñesa de apenas medio millar de habitantes a la que se llega por una sinuosa carretera que atraviesa frondosos bosques de eucaliptos y termina en una cascada que cae directamente al mar. En la única calle del pueblo se emplaza Arenita de Colores, la casa-nido que la educadora Rocío Alonso (28 años) ha puesto en la planta baja de su propia vivienda, un edificio de piedra típicamente gallego en el que se crió la abuela de su novio. En el suelo, cinco niños de entre dos y tres años hacen juego libre. Suena Mozart. Las paredes no tienen pósters ni dibujos de colores, como ocurre en las guarderías metropolitanas, para no alterar la tranquilidad del ambiente. El plástico está prácticamente desterrado. Los juguetes son orgánicos, directamente de la naturaleza.
La pequeña Adela se entretiene metiendo pipas de calabaza en un bote. Su compañera Naia manipula troncos de leña, mientras Alex barre a su lado. Anxo está formando una fila con figuras de animales cuando llega Xoel para quitarle el caballo. Se miran fijamente durante unos segundos, retándose. Rocío se acerca suavemente hacia ellos y con mucha mano izquierda propone a Anxo que comparta el caballo con Xoel. Anxo se lo piensa, accede y la tensión se disipa. Se ponen a jugar juntos.